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AUTORES CLÁSICOS
JUAN JOSÉ SEGUÍ
Departament de Història Antiga i de la Cultura Escrita. Universitat de València
Los textos de los autores clásicos, especialmente de los historiadores y geógrafos grecorromanos, han sido y seguirán siendo una fuente insustituible de información sobre la antigüedad. Sin
su concurso muchos acontecimientos y circunstancias del pasado nos resultarían desconocidos o
no podrían ser bien interpretados. Esto rige también, como es lógico, para aquellos textos que se
refieren a las tierras valencianas durante la época romana. Pero, del mismo modo que acontece
con carácter general en las fuentes escritas, las nuestras no están exentas de limitaciones. Primero,
porque no son muy abundantes. En la práctica, se circunscriben esencialmente a unas pocas noticias transmitidas por un grupo escogido de autores. Existen muchas reelaboraciones, material de
segunda mano, que se nutre de los mismos fondos y que nada nuevo aporta, aunque da una imagen cuantitativa engañosa. Pero tampoco las más solventes escapan a las limitaciones epistemológicas de su tiempo, pues acotan hacia campos muy precisos el objeto de su atención o se dejan influir por estereotipos continuamente repetidos (topoi). Ante todo porque las fuentes clásicas
centran su interés en lo que llamaríamos la historia política que es, al margen de contados autores,
en la mayoría de los casos una historia militar. Los historiadores clásicos que, por descontado,
asumen conscientemente una visión ecuménica de la historia de Roma, utilizan el relato pormenorizado del proceso de constante incorporación de tierras y gentes como un escenario en el que se
visualiza la construcción del imperio universal. Las gestas militares permiten crear a los escritores
un panorama grandioso, en donde el genio romano y la providencia divina señalan un destino extraordinario: «imponer los principios de la paz, respetar a los sometidos y castigar a los soberbios»
(paci imponere morem, parcere subiectis et debellare superbos (Eneida VI, 852). Esta forma de organizar
el relato histórico a partir de la expansión romana conduce a marginar los aspectos históricos que
se alejan de ese nudo vertebrador, lo que produce con demasiada frecuencia a la hora de agruparlos un conjunto incoherente, deslavazado y pleno de silencios. Asimismo, tampoco debemos olvidar que la historia clásica era, en última instancia, un género literario, un arte tanto como una materia científica, en la que el rigor en el tratamiento de los hechos del pasado tenía siempre que
compaginarse, cuando no supeditarse, con las reglas de la retórica: elegancia en el lenguaje, claridad, concisión y orden en la narración, retrato personal y moral de los personajes e incorporación
de discursos y arengas. Finalmente, no podemos pasar por alto que entre los historiadores clásicos
existía una marcada inclinación por resaltar circunstancias singulares de las provincias o regiones
de que se tenía noticia, insertadas en sus obras como curiosidades dignas de ser reseñadas (paradoxografía). Un recurso para atraer a los lectores que en bastantes ocasiones derivaba hacia relatos
maravillosos, plagados de fantasías (mirabilia).
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ROMANOS Y VISIGODOS EN TIERRAS VALENCIANAS
Tito Livio, «De Secundo Bello Punico Libri X». Florencia, 14801490. [Biblioteca Universitaria,
Universitat de València].
Tito Livio realizó un extenso y
grandioso relato de la toma de Sagunto por Aníbal.
Retrato de Tito Livio. T. Livius,
«Historicus duobus libris auctus:
cum L. Flori epitome ... Leonardo
Aretino de primo bello punico», Venecia, 1520. [Biblioteca Universitaria, Universitat de València].
El historiador romano es uno de
los autores que nos ofrecen más
información sobre la conquista romana de las tierras valencianas.
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AUTORES CLÁSICOS • JUAN JOSÉ SEGUÍ
Si los historiadores forman el núcleo básico de nuestras fuentes escritas, hay que tener en cuenta
que bastantes textos de escritores de la antigüedad albergan informaciones históricas valiosas, pese a
proceder de otros campos científicos o literarios. Así ocurre en especial con la lírica, los epistolarios y
los repertorios técnicos o enciclopédicos. Todos desgranan ocasionalmente alguna noticia que puede
iluminarnos sobre aspectos económicos, sociales o culturales, temas por lo general muy descuidados
entre los historiadores antiguos.
Por último, se debe tener bien presente que durante la romanización las tierras valencianas nunca
mostraron unos rasgos que las individualizaran especialmente. Ni formaron una unidad administrativa común, ni presentaron a los ojos de Roma una base étnica diferenciada. Por consiguiente, las
fuentes jamás ofrecen un tratamiento colectivo, a no ser en las obras que se organizan siguiendo una
pauta geográfica, generalmente centrada en la zona costera, conforme a modelos muy trillados en
este tipo de enfoques (periégesis y corografías). Para los autores clásicos el principio hispánico está muy
arraigado y es el que se toma como marco de referencia. A lo sumo, se reconoce la diferencia entre las
gentes de la zona céltica y los de la ibérica o, lo que viene a ser lo mismo, la dicotomía entre el interior
y la costa. Así pues, la zona valenciana se engloba en marcos étnicos y territoriales superiores que impiden en la práctica reconocer si las noticias generales sobre iberos e hispanos pueden aplicársele con
seguridad, por lo que es mejor tomarlas con las debidas precauciones.
Partiendo de un criterio cronológico, el primer autor del periodo romano que nos ofrece un cuadro histórico estimable es, sin duda, el griego Polibio. Su excelente formación y su trato con el círculo de Escipión, en el que había entrado por su estancia en Roma como rehén tras la batalla de
Pidna (168 a.C.), le habían abierto puertas de archivos y el acceso a valiosas informaciones que le
permitieron escribir unas Historias en cuarenta libros (de los que se conservan completos sólo los
cinco primeros), donde se recogen los acontecimientos mediterráneos entre el 264 y el 146 a.C. Pese a
su marcada inclinación por Roma, Polibio procura ser metódico y objetivo, lo que se ve además favorecido por su conocimiento directo de muchos acontecimientos y países, incluida la Península Ibérica, que visitó en dos ocasiones. Gracias a su pluma podemos percibir la situación del territorio antes y durante la conquista romana, centrado en el relato de dos acontecimientos históricos
trascendentales, ligados entre sí: los tratados entre Cartago y Roma, en especial el del Ebro con Asdrúbal, que adscribiría las tierras al sur del río a los cartagineses, y el conflicto en torno a Sagunto
que iba a derivar en la II Guerra Púnica, con la subsiguiente anexión de toda la zona a la potencia romana (II, 13, 7 y III passim.). Pero también a Polibio debemos noticias precisas de gran interés: existencia de un templo de Afrodita al norte de Sagunto (III, 97, 6) o comportamiento del reyezuelo edetano Edecón como cliente de Escipión (X, 34 y 40).
Las informaciones provenientes de historiadores de época republicana decaen de aquí en delante
de forma muy notoria. Existe una causa externa, pues casi todas las obras de este periodo no se conservan (analística). Pero esta circunstancia es engañosa, ya que poco es lo que cabría esperar de sus
contenidos con relación a la zona valenciana al haber quedado muy atrás la conquista y, por tanto, no
presentar a los ojos de los historiadores, ningún interés militar. De todas formas, los nuevos gustos
que incorporan las corrientes históricas del momento ayudarán a paliar esta esterilidad. Gracias, por
un lado, a las modas etnográficas que animan a autores como Artemidoro o Posidonio que, aunque
hoy perdidos, fueron posteriormente utilizados o imitados por otros, como Estrabón, para introducir
menciones geográficas o costumbristas. Pero también por la supervivencia de algún tratado técnico
romano, como es el caso del libro de agricultura de Catón, de principios del siglo II a.C., donde se
mencionan los higos saguntinos (De agricultura X, 8, 1). El siglo I a.C. destaca por la aparición de las
monografías históricas, relatos especializados en acontecimientos concretos, de los que el mejor
ejemplo fue Salustio, que en sus Historias nos depara alguna noticia de interés sobre las batallas del
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ROMANOS Y VISIGODOS EN TIERRAS VALENCIANAS
Sucrón y sobre la suerte de Valentia en tiempos de las guerras sertorianas (Hist. IV, Ep. Pomp. 6-8). En
este marco, aunque escuetas también, no son de menor valor las informaciones que nos llegan de autores contemporáneos a los últimos decenios de la República romana, como las reseñas de Cicerón
sobre la huida de sertorianos a Sicilia desde Dianium (Verr. I, 87; V, 146, 151 y 154) o acerca de las
concesiones de ciudadanía por Metelo y Pompeyo a los Fabios saguntinos (Balb. 50-51); también la
que nos sirve el anónimo autor de la Guerra de España sobre la participación de Sagunto junto a los
pompeyanos en contra de César (Bell. Hisp. 10, 1).
La Pax Augusta señala una nueva etapa. Animados por el espíritu de restauración que preside el gobierno del primer emperador romano, los escritores se lanzan a producir obras que tienen una pretensión tan universal como el naciente Imperio Romano. Aquí se sitúa la monumental Historia de Roma
de Tito Livio (Ab urbe condita) en 142 volúmenes, de los que se conservan 35, algunos incompletos, además de resúmenes posteriores (periochae). En general, Livio se centra en los mismos sucesos que relatara Polibio, pero sus fuentes no son las mismas, pues proceden de la analística, lo que contribuye a dar
un cuadro diferenciado. La pretensión de objetividad del historiador griego se pierde completamente
en el relato liviano. Con todo, a veces adquiere el rango de fuente inédita al darnos cuenta de noticias y
acontecimientos desconocidos, como los orígenes greco-latinos de Sagunto (XXI, 7), la liberación de los
rehenes iberos en esta ciudad el 217 a.C. (XXII, 22) y su definitiva conquista por las armas romanas entre el 214-212 a.C. (XXIV, 42), la revuelta legionaria contra Escipión en el Sucrón en el 206 a.C. (XXVIII,
24-29), las embajadas saguntinas a Roma posteriores a la liberación (XXVIII, 39; XXX, 21) o la fundación
de Valentia por Junio Bruto en el 138 a.C. (Per. 55). En el panorama historiográfico posterior tan sólo nos
facilita alguna información el hispano Anneo Floro en su Epítome, compilación de la historia romana
hasta los tiempos de Trajano, que incluye un resumen sin valor de la guerra saguntina (II, 5) y otro sobre el final de la guerra sertoriana, algo más interesante (III, 22).
Mucho más importante es la aportación que realiza el griego Estrabón. Aunque su obra histórica
no se ha conservado, han sobrevivido 17 libros de su Geografía. En el tercero recopila información
muy estimable sobre la Península Ibérica de historiadores y geógrafos, la mayoría perdidos, por lo
que muchos de sus datos son bastante más antiguos que los tiempos de Tiberio en los que pasó sus
últimos años. Estrabón nos suministra un caudal informativo único, aunque breve, sobre las ciudades, las gentes y los recursos de la zona, siendo de especial importancia la referencia a Hemeroskopeion
y su templo de Artemisa (III, 4, 6).
El cambio en la naturaleza de las informaciones de los autores clásicos que se advierte en Estrabón
se consolida con las aportaciones de C. Plinio Secundo («Plinio el Viejo»). Autor de una Historia Natural (Naturalis Historia), verdadera enciclopedia de saberes del mundo romano, en su libro tercero
nos facilita la mejor descripción de la organización territorial administrativa durante el siglo I d.C. de
las provincias hispanas. El actual territorio valenciano, adscrito a la provincia Citerior Tarraconensis,
nos aparece con los estatutos de las ciudades anteriores a la generalización de la categoría municipal
para todas las urbes hispanas por decisión de Vespasiano (III, 4, 19). Pero la obra de Plinio, en su inmenso caudal informativo, facilita datos desperdigados de inapreciable valor, como sus diversas referencias a Sagunto por sus producciones de higos y cerámica (XV, 19, 72 y XXXV, 12, 160) y por su templo de Diana (XVI, 79, 216), o su mención a la obtención de ostras en el litoral ilicitano (XXXII, 21, 62).
Alguna de sus reseñas no está exenta del gusto por los hechos prodigiosos, como cuando se hace eco
del portento de un niño que volvió al claustro materno el mismo año de la destrucción de la ciudad
saguntina (VII, 3, 35).
Pero también autores de géneros alejados del cultivo histórico se transforman en valiosas fuentes.
El más antiguo, todavía de finales de la República, es el afamado poeta C. Valerio Catulo, quien en
sus Carmina nos pone al corriente de la celebridad de los tejidos de lino de Saetabis (XII, 14, 17), pos-
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AUTORES CLÁSICOS • JUAN JOSÉ SEGUÍ
Claudio Ptolomeo, Cosmographia. Siglo XV.
[Biblioteca Universitaria, Universitat de
València].
Ptolomeo de Alejandría elaboró la geografía más precisa de la Antigüedad, cuya vigencia se prolongó durante siglos.
teriormente alabados por Grattio en su Cynegetica (XL). Ya en tiempos imperiales obtenemos de las
Satirae de Juvenal cabal conocimiento de la venta de vino saguntino en Roma y, aún más, de la despreciativa opinión que su baja calidad merecía entre sus consumidores (V, 24-32). Una actitud muy
parecida a la manifestada por Marcial en sus Epigramas (IV, 46, 14-15; VIII, 6, 2; XIV, 108) en lo concerniente a la cerámica de esta ciudad. Finalmente, en la gran obra épica de Silio Itálico (Punica), de
finales del siglo I, se nos presenta un cuadro mitológico egregio de los orígenes de Saetabis y Saguntum (I, 271-275; III, 14-16 y 371-375; XVI, 473-474). Entre los textos alto imperiales fuera del campo
histórico, hemos de insertar a C. Plinio Secundo (Plinio el Joven). En sus Epístolas se resalta la figura
de Voconius Romanus, un caballero saguntino al que le unía una estrecha amistad y a quien no duda
en recomendar a un senador y al mismo emperador Trajano (II, 13). Cierra todo este conjunto de autores la figura de Plutarco. En sus célebres biografías, aunque realizadas con fines filosóficos, incluye
acontecimientos históricos relativos a la guerra entre Sertorio (Sert. 18-21) y Pompeyo (Pomp. 18-20)
que son los únicos que nos dan un cuadro expositivo homogéneo de estos hechos, aunque su valor
real sea discutible.
Una mención muy especial merecen las descripciones geográficas. La Corografía de Pomponio
Mela, de época de Claudio, es muy breve y sin aportaciones de interés (II, 91-93). Todo lo contrario
acaece con la Geografía de Claudio Ptolomeo, del siglo II, cuyos topónimos sobre coordenadas permiten trazar un mapa de ciudades y de accidentes costeros que, pese a sus equivocaciones, es una
aportación de primer orden. También resulta muy interesante como fuente para las vías romanas de
la zona el llamado Itinerario de Antonino, seguramente del siglo III.
Escaso interés presentan las dos grandes historias romanas de finales del Alto Imperio. La de
Apiano de Alejandría añade muy poco –y con algún que otro error–, todo circunscrito al periodo de
las luchas entre romanos y cartagineses en Hispania (Iber. 6-7; Han. 2-3; Afric. 6). De igual manera
ocurre con la de Dión Casio, aunque es más rigurosa, con la agravante de que las partes iniciales de
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ROMANOS Y VISIGODOS EN TIERRAS VALENCIANAS
su obra, en las que se refiere a acontecimientos hispanos, sólo las conservamos por el compendio
medieval de Zonaras (Ep. 8, 21; 9, 3-4).
La decadencia cultural de los dos últimos siglos del Imperio Romano tuvo un reflejo directo
en la producción literaria. Contamos con muy pocos autores de utilidad y la mayoría marcados por
preocupaciones escatológicas cristianas. Entre los
historiadores de la primera mitad del siglo V podemos destacar a Orosio, autor de unas Historias
(Historiarum adversum paganos libri VII), aunque su
valor concreto para el tema que nos ocupe es irrelevante (IV, 14, 1; V, 23, 6-8; VI, 16, 6-7). Más importancia tiene Idacio, cuya Chronica (1009-1017),
compuesta en la segunda mitad del referido siglo,
añade alguna nota de gran interés, como la mención de la llegada del emperador romano Mayoriano el 460 para ponerse al frente de una flota
preparada contra los vándalos, que éstos sin embargo destruyeron, y que, por otro texto, sabemos
estaba congregada ad Elecem (Marius, Epis. Avent.,
Chron., a. 460). Finalmente, dentro de la poesía
cristiana del siglo IV, contamos con el relato del
martirio del diácono Vicente (Peristephanon, V),
aunque su valor histórico es muy escaso. El suceso
Plinio el Viejo, «Historia Naturalis». Nápoles último tercio del
también fue recogido en algunas epístolas de San
siglo XV. [Biblioteca Universitaria, Universitat de València].
Agustín (n. 272, 275, 276 y 277=Patrol. Lat. 1252Verdadera enciclopedia de saberes del mundo romano, en su libro tercero nos facilita la mejor descripción de la organización
1261). Al margen de estas fuentes destaca el largo
territorial administrativa del siglo I de las provincias hispanas.
poema de Avieno, la Ora Maritima, de finales de finales del siglo IV o principios del V, que por sus
partes inspiradas en un viejo periplo resulta un texto de difícil y controvertida utilización (Or. mar.
449-505). También en este campo descriptivo sobresale el diccionario geográfico de Esteban de Bizancio, con mención de algunas ciudades de la zona, aunque el texto original se ha perdido y sólo
conservamos un resumen del siglo VI (Steph. Byz. 73, 125, 294, 380, 566 y 615).
Las fuentes escritas de los siglos visigodos constituyen un puro epigonismo de las tardorromanas. Las escuetas y descarnadas crónicas son lo único que se conserva de algún valor. La Historia
Gothorum, Vandalorum et Suevorum de San Isidoro sólo nos sirve de contexto general, mientras Juan
de Bíclara en su Chronica nos da la noticia del destierro en Valentia de Hermenegildo por el rey Leovigildo el año 584 (Ioh. Bicl. A. 584 3). Los concilios toledanos y, sobre todo, la Nomina Ovetensis, ya
del siglo VIII, nos facilitan algunos nombres de obispos y de sus sedes.
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Los textos de los autores clásicos, especialmente de los historiadores y geógrafos grecorromanos, han sido y seguirán siendo una fuente insustituible de información sobre la antigüedad. Sin
su concurso muchos acontecimientos y circunstancias del pasado nos resultarían desconocidos o
no podrían ser bien interpretados. Esto rige también, como es lógico, para aquellos textos que se
refieren a las tierras valencianas durante la época romana. Pero, del mismo modo que acontece
con carácter general en las fuentes escritas, las nuestras no están exentas de limitaciones. Primero,
porque no son muy abundantes. En la práctica, se circunscriben esencialmente a unas pocas noticias transmitidas por un grupo escogido de autores. Existen muchas reelaboraciones, material de
segunda mano, que se nutre de los mismos fondos y que nada nuevo aporta, aunque da una imagen cuantitativa engañosa. Pero tampoco las más solventes escapan a las limitaciones epistemológicas de su tiempo, pues acotan hacia campos muy precisos el objeto de su atención o se dejan influir por estereotipos continuamente repetidos (topoi). Ante todo porque las fuentes clásicas
centran su interés en lo que llamaríamos la historia política que es, al margen de contados autores,
en la mayoría de los casos una historia militar. Los historiadores clásicos que, por descontado,
asumen conscientemente una visión ecuménica de la historia de Roma, utilizan el relato pormenorizado del proceso de constante incorporación de tierras y gentes como un escenario en el que se
visualiza la construcción del imperio universal. Las gestas militares permiten crear a los escritores
un panorama grandioso, en donde el genio romano y la providencia divina señalan un destino extraordinario: «imponer los principios de la paz, respetar a los sometidos y castigar a los soberbios»
(paci imponere morem, parcere subiectis et debellare superbos (Eneida VI, 852). Esta forma de organizar
el relato histórico a partir de la expansión romana conduce a marginar los aspectos históricos que
se alejan de ese nudo vertebrador, lo que produce con demasiada frecuencia a la hora de agruparlos un conjunto incoherente, deslavazado y pleno de silencios. Asimismo, tampoco debemos olvidar que la historia clásica era, en última instancia, un género literario, un arte tanto como una materia científica, en la que el rigor en el tratamiento de los hechos del pasado tenía siempre que
compaginarse, cuando no supeditarse, con las reglas de la retórica: elegancia en el lenguaje, claridad, concisión y orden en la narración, retrato personal y moral de los personajes e incorporación
de discursos y arengas. Finalmente, no podemos pasar por alto que entre los historiadores clásicos
existía una marcada inclinación por resaltar circunstancias singulares de las provincias o regiones
de que se tenía noticia, insertadas en sus obras como curiosidades dignas de ser reseñadas (paradoxografía). Un recurso para atraer a los lectores que en bastantes ocasiones derivaba hacia relatos
maravillosos, plagados de fantasías (mirabilia).
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Tito Livio, «De Secundo Bello Punico Libri X». Florencia, 14801490. [Biblioteca Universitaria,
Universitat de València].
Tito Livio realizó un extenso y
grandioso relato de la toma de Sagunto por Aníbal.
Retrato de Tito Livio. T. Livius,
«Historicus duobus libris auctus:
cum L. Flori epitome ... Leonardo
Aretino de primo bello punico», Venecia, 1520. [Biblioteca Universitaria, Universitat de València].
El historiador romano es uno de
los autores que nos ofrecen más
información sobre la conquista romana de las tierras valencianas.
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AUTORES CLÁSICOS • JUAN JOSÉ SEGUÍ
Si los historiadores forman el núcleo básico de nuestras fuentes escritas, hay que tener en cuenta
que bastantes textos de escritores de la antigüedad albergan informaciones históricas valiosas, pese a
proceder de otros campos científicos o literarios. Así ocurre en especial con la lírica, los epistolarios y
los repertorios técnicos o enciclopédicos. Todos desgranan ocasionalmente alguna noticia que puede
iluminarnos sobre aspectos económicos, sociales o culturales, temas por lo general muy descuidados
entre los historiadores antiguos.
Por último, se debe tener bien presente que durante la romanización las tierras valencianas nunca
mostraron unos rasgos que las individualizaran especialmente. Ni formaron una unidad administrativa común, ni presentaron a los ojos de Roma una base étnica diferenciada. Por consiguiente, las
fuentes jamás ofrecen un tratamiento colectivo, a no ser en las obras que se organizan siguiendo una
pauta geográfica, generalmente centrada en la zona costera, conforme a modelos muy trillados en
este tipo de enfoques (periégesis y corografías). Para los autores clásicos el principio hispánico está muy
arraigado y es el que se toma como marco de referencia. A lo sumo, se reconoce la diferencia entre las
gentes de la zona céltica y los de la ibérica o, lo que viene a ser lo mismo, la dicotomía entre el interior
y la costa. Así pues, la zona valenciana se engloba en marcos étnicos y territoriales superiores que impiden en la práctica reconocer si las noticias generales sobre iberos e hispanos pueden aplicársele con
seguridad, por lo que es mejor tomarlas con las debidas precauciones.
Partiendo de un criterio cronológico, el primer autor del periodo romano que nos ofrece un cuadro histórico estimable es, sin duda, el griego Polibio. Su excelente formación y su trato con el círculo de Escipión, en el que había entrado por su estancia en Roma como rehén tras la batalla de
Pidna (168 a.C.), le habían abierto puertas de archivos y el acceso a valiosas informaciones que le
permitieron escribir unas Historias en cuarenta libros (de los que se conservan completos sólo los
cinco primeros), donde se recogen los acontecimientos mediterráneos entre el 264 y el 146 a.C. Pese a
su marcada inclinación por Roma, Polibio procura ser metódico y objetivo, lo que se ve además favorecido por su conocimiento directo de muchos acontecimientos y países, incluida la Península Ibérica, que visitó en dos ocasiones. Gracias a su pluma podemos percibir la situación del territorio antes y durante la conquista romana, centrado en el relato de dos acontecimientos históricos
trascendentales, ligados entre sí: los tratados entre Cartago y Roma, en especial el del Ebro con Asdrúbal, que adscribiría las tierras al sur del río a los cartagineses, y el conflicto en torno a Sagunto
que iba a derivar en la II Guerra Púnica, con la subsiguiente anexión de toda la zona a la potencia romana (II, 13, 7 y III passim.). Pero también a Polibio debemos noticias precisas de gran interés: existencia de un templo de Afrodita al norte de Sagunto (III, 97, 6) o comportamiento del reyezuelo edetano Edecón como cliente de Escipión (X, 34 y 40).
Las informaciones provenientes de historiadores de época republicana decaen de aquí en delante
de forma muy notoria. Existe una causa externa, pues casi todas las obras de este periodo no se conservan (analística). Pero esta circunstancia es engañosa, ya que poco es lo que cabría esperar de sus
contenidos con relación a la zona valenciana al haber quedado muy atrás la conquista y, por tanto, no
presentar a los ojos de los historiadores, ningún interés militar. De todas formas, los nuevos gustos
que incorporan las corrientes históricas del momento ayudarán a paliar esta esterilidad. Gracias, por
un lado, a las modas etnográficas que animan a autores como Artemidoro o Posidonio que, aunque
hoy perdidos, fueron posteriormente utilizados o imitados por otros, como Estrabón, para introducir
menciones geográficas o costumbristas. Pero también por la supervivencia de algún tratado técnico
romano, como es el caso del libro de agricultura de Catón, de principios del siglo II a.C., donde se
mencionan los higos saguntinos (De agricultura X, 8, 1). El siglo I a.C. destaca por la aparición de las
monografías históricas, relatos especializados en acontecimientos concretos, de los que el mejor
ejemplo fue Salustio, que en sus Historias nos depara alguna noticia de interés sobre las batallas del
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Sucrón y sobre la suerte de Valentia en tiempos de las guerras sertorianas (Hist. IV, Ep. Pomp. 6-8). En
este marco, aunque escuetas también, no son de menor valor las informaciones que nos llegan de autores contemporáneos a los últimos decenios de la República romana, como las reseñas de Cicerón
sobre la huida de sertorianos a Sicilia desde Dianium (Verr. I, 87; V, 146, 151 y 154) o acerca de las
concesiones de ciudadanía por Metelo y Pompeyo a los Fabios saguntinos (Balb. 50-51); también la
que nos sirve el anónimo autor de la Guerra de España sobre la participación de Sagunto junto a los
pompeyanos en contra de César (Bell. Hisp. 10, 1).
La Pax Augusta señala una nueva etapa. Animados por el espíritu de restauración que preside el gobierno del primer emperador romano, los escritores se lanzan a producir obras que tienen una pretensión tan universal como el naciente Imperio Romano. Aquí se sitúa la monumental Historia de Roma
de Tito Livio (Ab urbe condita) en 142 volúmenes, de los que se conservan 35, algunos incompletos, además de resúmenes posteriores (periochae). En general, Livio se centra en los mismos sucesos que relatara Polibio, pero sus fuentes no son las mismas, pues proceden de la analística, lo que contribuye a dar
un cuadro diferenciado. La pretensión de objetividad del historiador griego se pierde completamente
en el relato liviano. Con todo, a veces adquiere el rango de fuente inédita al darnos cuenta de noticias y
acontecimientos desconocidos, como los orígenes greco-latinos de Sagunto (XXI, 7), la liberación de los
rehenes iberos en esta ciudad el 217 a.C. (XXII, 22) y su definitiva conquista por las armas romanas entre el 214-212 a.C. (XXIV, 42), la revuelta legionaria contra Escipión en el Sucrón en el 206 a.C. (XXVIII,
24-29), las embajadas saguntinas a Roma posteriores a la liberación (XXVIII, 39; XXX, 21) o la fundación
de Valentia por Junio Bruto en el 138 a.C. (Per. 55). En el panorama historiográfico posterior tan sólo nos
facilita alguna información el hispano Anneo Floro en su Epítome, compilación de la historia romana
hasta los tiempos de Trajano, que incluye un resumen sin valor de la guerra saguntina (II, 5) y otro sobre el final de la guerra sertoriana, algo más interesante (III, 22).
Mucho más importante es la aportación que realiza el griego Estrabón. Aunque su obra histórica
no se ha conservado, han sobrevivido 17 libros de su Geografía. En el tercero recopila información
muy estimable sobre la Península Ibérica de historiadores y geógrafos, la mayoría perdidos, por lo
que muchos de sus datos son bastante más antiguos que los tiempos de Tiberio en los que pasó sus
últimos años. Estrabón nos suministra un caudal informativo único, aunque breve, sobre las ciudades, las gentes y los recursos de la zona, siendo de especial importancia la referencia a Hemeroskopeion
y su templo de Artemisa (III, 4, 6).
El cambio en la naturaleza de las informaciones de los autores clásicos que se advierte en Estrabón
se consolida con las aportaciones de C. Plinio Secundo («Plinio el Viejo»). Autor de una Historia Natural (Naturalis Historia), verdadera enciclopedia de saberes del mundo romano, en su libro tercero
nos facilita la mejor descripción de la organización territorial administrativa durante el siglo I d.C. de
las provincias hispanas. El actual territorio valenciano, adscrito a la provincia Citerior Tarraconensis,
nos aparece con los estatutos de las ciudades anteriores a la generalización de la categoría municipal
para todas las urbes hispanas por decisión de Vespasiano (III, 4, 19). Pero la obra de Plinio, en su inmenso caudal informativo, facilita datos desperdigados de inapreciable valor, como sus diversas referencias a Sagunto por sus producciones de higos y cerámica (XV, 19, 72 y XXXV, 12, 160) y por su templo de Diana (XVI, 79, 216), o su mención a la obtención de ostras en el litoral ilicitano (XXXII, 21, 62).
Alguna de sus reseñas no está exenta del gusto por los hechos prodigiosos, como cuando se hace eco
del portento de un niño que volvió al claustro materno el mismo año de la destrucción de la ciudad
saguntina (VII, 3, 35).
Pero también autores de géneros alejados del cultivo histórico se transforman en valiosas fuentes.
El más antiguo, todavía de finales de la República, es el afamado poeta C. Valerio Catulo, quien en
sus Carmina nos pone al corriente de la celebridad de los tejidos de lino de Saetabis (XII, 14, 17), pos-
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AUTORES CLÁSICOS • JUAN JOSÉ SEGUÍ
Claudio Ptolomeo, Cosmographia. Siglo XV.
[Biblioteca Universitaria, Universitat de
València].
Ptolomeo de Alejandría elaboró la geografía más precisa de la Antigüedad, cuya vigencia se prolongó durante siglos.
teriormente alabados por Grattio en su Cynegetica (XL). Ya en tiempos imperiales obtenemos de las
Satirae de Juvenal cabal conocimiento de la venta de vino saguntino en Roma y, aún más, de la despreciativa opinión que su baja calidad merecía entre sus consumidores (V, 24-32). Una actitud muy
parecida a la manifestada por Marcial en sus Epigramas (IV, 46, 14-15; VIII, 6, 2; XIV, 108) en lo concerniente a la cerámica de esta ciudad. Finalmente, en la gran obra épica de Silio Itálico (Punica), de
finales del siglo I, se nos presenta un cuadro mitológico egregio de los orígenes de Saetabis y Saguntum (I, 271-275; III, 14-16 y 371-375; XVI, 473-474). Entre los textos alto imperiales fuera del campo
histórico, hemos de insertar a C. Plinio Secundo (Plinio el Joven). En sus Epístolas se resalta la figura
de Voconius Romanus, un caballero saguntino al que le unía una estrecha amistad y a quien no duda
en recomendar a un senador y al mismo emperador Trajano (II, 13). Cierra todo este conjunto de autores la figura de Plutarco. En sus célebres biografías, aunque realizadas con fines filosóficos, incluye
acontecimientos históricos relativos a la guerra entre Sertorio (Sert. 18-21) y Pompeyo (Pomp. 18-20)
que son los únicos que nos dan un cuadro expositivo homogéneo de estos hechos, aunque su valor
real sea discutible.
Una mención muy especial merecen las descripciones geográficas. La Corografía de Pomponio
Mela, de época de Claudio, es muy breve y sin aportaciones de interés (II, 91-93). Todo lo contrario
acaece con la Geografía de Claudio Ptolomeo, del siglo II, cuyos topónimos sobre coordenadas permiten trazar un mapa de ciudades y de accidentes costeros que, pese a sus equivocaciones, es una
aportación de primer orden. También resulta muy interesante como fuente para las vías romanas de
la zona el llamado Itinerario de Antonino, seguramente del siglo III.
Escaso interés presentan las dos grandes historias romanas de finales del Alto Imperio. La de
Apiano de Alejandría añade muy poco –y con algún que otro error–, todo circunscrito al periodo de
las luchas entre romanos y cartagineses en Hispania (Iber. 6-7; Han. 2-3; Afric. 6). De igual manera
ocurre con la de Dión Casio, aunque es más rigurosa, con la agravante de que las partes iniciales de
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ROMANOS Y VISIGODOS EN TIERRAS VALENCIANAS
su obra, en las que se refiere a acontecimientos hispanos, sólo las conservamos por el compendio
medieval de Zonaras (Ep. 8, 21; 9, 3-4).
La decadencia cultural de los dos últimos siglos del Imperio Romano tuvo un reflejo directo
en la producción literaria. Contamos con muy pocos autores de utilidad y la mayoría marcados por
preocupaciones escatológicas cristianas. Entre los
historiadores de la primera mitad del siglo V podemos destacar a Orosio, autor de unas Historias
(Historiarum adversum paganos libri VII), aunque su
valor concreto para el tema que nos ocupe es irrelevante (IV, 14, 1; V, 23, 6-8; VI, 16, 6-7). Más importancia tiene Idacio, cuya Chronica (1009-1017),
compuesta en la segunda mitad del referido siglo,
añade alguna nota de gran interés, como la mención de la llegada del emperador romano Mayoriano el 460 para ponerse al frente de una flota
preparada contra los vándalos, que éstos sin embargo destruyeron, y que, por otro texto, sabemos
estaba congregada ad Elecem (Marius, Epis. Avent.,
Chron., a. 460). Finalmente, dentro de la poesía
cristiana del siglo IV, contamos con el relato del
martirio del diácono Vicente (Peristephanon, V),
aunque su valor histórico es muy escaso. El suceso
Plinio el Viejo, «Historia Naturalis». Nápoles último tercio del
también fue recogido en algunas epístolas de San
siglo XV. [Biblioteca Universitaria, Universitat de València].
Agustín (n. 272, 275, 276 y 277=Patrol. Lat. 1252Verdadera enciclopedia de saberes del mundo romano, en su libro tercero nos facilita la mejor descripción de la organización
1261). Al margen de estas fuentes destaca el largo
territorial administrativa del siglo I de las provincias hispanas.
poema de Avieno, la Ora Maritima, de finales de finales del siglo IV o principios del V, que por sus
partes inspiradas en un viejo periplo resulta un texto de difícil y controvertida utilización (Or. mar.
449-505). También en este campo descriptivo sobresale el diccionario geográfico de Esteban de Bizancio, con mención de algunas ciudades de la zona, aunque el texto original se ha perdido y sólo
conservamos un resumen del siglo VI (Steph. Byz. 73, 125, 294, 380, 566 y 615).
Las fuentes escritas de los siglos visigodos constituyen un puro epigonismo de las tardorromanas. Las escuetas y descarnadas crónicas son lo único que se conserva de algún valor. La Historia
Gothorum, Vandalorum et Suevorum de San Isidoro sólo nos sirve de contexto general, mientras Juan
de Bíclara en su Chronica nos da la noticia del destierro en Valentia de Hermenegildo por el rey Leovigildo el año 584 (Ioh. Bicl. A. 584 3). Los concilios toledanos y, sobre todo, la Nomina Ovetensis, ya
del siglo VIII, nos facilitan algunos nombres de obispos y de sus sedes.
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